Es curioso como tenemos ya por costumbre los propósitos. Los «el lunes empiezo a hacer deporte», «la semana que viene empiezo la dieta» y los «el mes que viene ahorraré». La mayoría de cosas que decimos a lo largo del día se refieren a cosas que aspiramos a conseguir en un futuro próximo. Es una carga que nos imponemos nosotros mismos. Y te diré algo. Nos hace profunda y progresivamente infelices. El hecho de saber que «deberíamos» estar haciendo aquello que nos propusimos, nos crea una intranquilidad constante. Pero al mismo tiempo, es algo natural y biológico, necesario para nuestra existencia, tener objetivos. El problema está en que pocas veces son realistas. Y aún peor, que sabemos que nunca nos va a llenar hacerlo, al menos no tanto como esperamos, pero en cambio sí nos perjudica el no hacerlo. No es culpa tuya. La culpa está en esos objetivos. No son objetivos que vayan a cambiar tu vida. No tratan de tus relaciones, tu manera de relacionarte con los demás ni contigo mismo/a. No tratan de emociones, de intentar descifrar su significado ni de como lidiar con estas. Trata de cosas mucho más materiales. Y en el fondo todos sabemos, que eso no nos llenará nunca.
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FOTOGRAFÍA: Thomas Fitzner